Por Byron Alaff Vélez, original para La Emboscadura

El picado

 

Dado
que los activistas europeos nos enseñaron que el de Catar fue “El mundial de la
vergüenza”, me propuse indagar cómo funciona la conciencia de los hinchas que nos
aferramos a creer en la Copa del Mundo, aunque sepamos que es un torneo corrupto.
Por eso, en un acto de contrición ante el ritual mayor del fútbol, pregunté a
mis amigos en cuál de los mundiales descubrieron que la FIFA mancha la pelota. 
Yo no recuerdo la alocución en la que el
presidente Belisario Betancur renuncia a la sede de Colombia 86’,
 
con el argumento de
que los millones de dólares que la multinacional FIFA nos exigía derrochar en
la construcción de hoteles y estadios debían ser invertidos en las necesidades
del pueblo, o sea en salud y educación. Tampoco tengo memoria de los hospitales
y de las escuelas que su gobierno construyera. En su lugar, 
las noticias de las avalanchas en Armero y de la
toma del Palacio de Justicia son los primeros recuerdos que albergo sobre
 eso
tan nuestro como abstracto que llamamos Colombia. Y el fervor por el mundial estalla
en mis recuerdos durante México 86’, con las laminitas de Maradona que venían
en el Frescogourt de limón y los colores del arenero del parque del barrio Carlos
E. Restrepo. Con el yogurt también venía la figurita de Platini, quien años más
tarde se pusiera la corbata, junto a Beckenbauer, para engrasar la maquinaria
de las corruptelas que beneficiaron a las federaciones de fútbol de Francia y
Alemania
.

-¡Michel
Platini!, ¡Franz Beckenbaeur! -gritaba el niño para ganarle a quienes solo
conocían el nombre sagrado de “Edson Arantes do Nacimento, ¡El Rey!, ¡Pelé!
¡Pelé!”, durante los alegatos en el patio sobre quién es el mejor futbolista de
todos los tiempos; hasta que los niños grandes salían al recreo y nos arrojaban
los nombres de Di Stefano y de Cruyff, como si al evocar a los cracks lanzáramos
a competir bolitas de colores, cartas mágicas, tazos. Sucede que los futbolistas
suelen ser más interesantes para los niños que Batman o Spiderman pues, aunque
los elijamos para jugar a los superhéroes, no somos bobos y sabemos que son
personajes de ficción; en cambio, algo diferente pasa cuando los demás nos
dejan ser Higuita en el picado del recreo, ya que René no será un héroe de
ficción, pero sí de fantasía.

-A
que yo soy René Higuita.

-¡Y yo
soy El Pibe Valderrama!

-Me inspido
al Palomo Usuriaga.

-Y yo,
al Pitufo de Ávila.

-Entonces
yo soy El Guajiro Iguarán –y así el todos contra todos era un fútbol fiesta,
sangre en las rodillas, manos raspadas, mocos; olor a llovizna en el cemento y
niños pegados al chorro de agua de la canilla.


Carlos Alberto ‘El Pibe’ Valderrama

 

Un’estate italiana – Canción oficial de Italia 90′


 

Imaginación,
poder y tragedia

 

Varios amigos
afirman haber descubierto la corrupción de la FIFA durante Italia 90’, más allá
del entusiasmo que nos produjera la selección Colombia de Pacho Maturana y de
la nostalgia que sentimos al escuchar la canzone di pop que presume de mejor
himno de los mundiales: “…Sotto il celo/ di un’estate italiana/. E negli
occhi tuoi/ voglia di vincere/ Un’estate, un’avventura in pi
ù” Otros confesamos
haber dejado de creer en la imparcialidad de la FIFA durante Estados Unidos 94’.
Maradona es el personaje principal de ambos melodramas, pues no representaba solo
a la Argentina sino a la magia del juego. Diego había escrito una profecía con
la zurda en los potreros de Villa Fiorito e ilusionado a los amantes del jogo
bonito
cuando levantara la Copa del Mundo Sub-20 en Japón 79’. Expulsado en
España 82’ tras un planchazo sobre el brasilero Batista, en México 86’ había
dictado cátedra de fantasía y sacrificio. Con Pelusa en la cancha parecía
inevitable el tercer título para los gauchos, pero en Italia 90’ lo vimos
llorar por primera vez ante la fatalidad del destino. Hinchas radicales desataron
la furia del 10 desde los himnos al pitar las notas del: “Oíd, ¡mortales!,
el grito sagrado: ¡Libertad!, ¡Libertad!, ¡Libertad!…
” -¡Hijos de puta! -gritaba,
soberbio, al lado del arquero Sergio ‘Superman’ Goycochea, ante los abucheos de
la tribuna: -Hijos de puta, ¡hijos de puta! Canta, Oh, Musa, la cólera de Diego
Armando Maradona antes de la final de Italia 90’. Canta la ira que sintiera en
el Olímpico de Roma al recibir los silbidos de desprecio por el Sur y en
especial por Nápoles, a cuya escuadra El Pelusa había conducido a la cumbre de
Europa, sobre las superpotencias de Milán y Turín. Alemania VS Argentina era, una
vez más, un duelo entre el Sur y el Norte. “El Sueño del Pibe” había sido
transformado, de nuevo, en un asunto de Geopolítica. Canta, oh, Calíope, musa
del dulce labio, cómo pitaron un penal en el minuto 85 a favor de Alemania
Federal, que jugaba su primer mundial tras la caída del Muro de Berlín. El
defensa Sensini rechaza la pelota antes de que Völler la ataque, pero Codesal,
juez mexicano canadiense, sanciona la pena máxima. Y, aunque también volara a
su encuentro, aquella vez Goycochea no pudo evitar que Andreas Brehme pateara el
Adidas Etrusco al rincón donde crece la alfalfa. Entonces vimos llorar al Diego
y comprendimos que la gloria tiene precio.

En cambio, la
escena de Estados Unidos 94’ parece una pesadilla inventada por un genio
maligno para embromar a los estudiantes de Sigmund Freud: una enfermera rubia y
maciza, con una cinta verde en el pelo, entra al terreno de juego tras el
partido de Argentina contra Nigeria para interrumpir la celebración del 10 y
llevarlo a la prueba de dopaje. La sanitaria saca al Diego de la cancha tomado
de la cintura y vigilados por dos sargentos con sombreros de guardabosques,
como si el campeón fuera un delincuente. “Me cortaron las piernas”, sentenció ante
la prensa un Maradona compungido por un llanto que los niños no podíamos
comprender. Él pudo haber levantado más copas del mundo, pero las parcas prefirieron
tejer una tragedia con su nombre, por eso las musas lo celebran como el héroe
trágico del Siglo XX: un ángel con las alas heridas, el Dios del fútbol
popular. La alta imaginación que produce el balompié ha inducido a algunos a
concluir que la arrogancia con la que Diego celebra su golazo a Grecia es una
prueba irrefutable de que estaba drogado con cocaína. Otros, no menos
espabilados, afirman que las pruebas fueron alteradas por la DEA para dar un
mensaje contra el consumo de drogas, con la coartada del brasilero Havelange, presidente
de la FIFA, quien quería impedir que el 10 volviera a ser campeón del mundo. “Los
brasileros han sido celosos con Pelé y con sus cifras. Cuando era joven, la
dictadura militar hizo de él un patrimonio del estado. En el de USA 94’, o sea
el primer mundial que ganaran en democracia, no le dieron minutos de juego a
Ronaldo Nazario para que no pudiera superar al Rey. Por eso no me parece descabellada
la teoría de que Havelange pudo haber conspirado contra Maradona…”, agrega el
periodista Jesús Gabriel Acosta.

El del 94’
también fue un fracaso deportivo, pero además una debacle espiritual y moral
para muchos colombianos: la selección cafetera más amada, la del “Sí, sí,
Colombia/ Sí, sí, Caribe…
”, aquella de Higuita, el Pibe, Rincón, Asprilla y
Leonel; equipo que comenzó a armarse en el preolímpico del 87 y alcanzara su
nivel más alto con el 5 a 0 ante Argentina en el Monumental de River Plate, conoció
el desencanto en las canchas de Disney. “No es el fin del mundo”, respondió a los
periodistas, con gallardía, el defensor Andrés Escobar, autor del autogol que
puso en ventaja a Estados Unidos en aquel 2 a 1 con el que nos despidiéramos del
torneo. Diez días después, El Caballero del fútbol fue asesinado en Medellín,
cuando la competición orbital aún estaba en juego. Tras esta catástrofe muchos
niños colombianos perdieron, para siempre, su amor por el balompié. “Yo casi
perdí mi esperanza en Colombia, a los 13 años, como si pagáramos una maldición
al nacer aquí. El más noble, el mejor de todos, asesinado de esa manera…”, añade
el artista Gustavo Carvajal. Paz en el corazón de quienes leen estas palabras.


 

‘El Pelusa’, Diego Armando Maradona, de Cebollita

 

A unos enorgullece
lo que a otros avergüenza

 

Otros amigos confesaron
haberse dado cuenta de la corrupción de la FIFA durante Corea y Japón 2002,
cuando fuera evidente la manipulación del arbitraje a favor de las selecciones
anfitrionas. Por ejemplo, en contra de Italia, escuadra que cuatro años después
campeonara en Alemania, en medio del escándalo llamado Calciopoli, una
de las corruptelas proverbiales del fútbol europeo en el siglo XXI. Italia fue
campeona en 2006 en el Olímpico de Berlín ante la Francia del mágico Zinedine Zidane,
quien viera la tarjeta roja por darle un cabezazo a Materazzi en el pecho. Ese
fue el último partido oficial que jugó Zizou. Meses después la federación
italiana de calcio no tuvo más remedio que descender a la todopoderosa Juventus
a la serie B, luego de que la procuraduría de Turín investigara un concierto
para delinquir entre árbitros, directivos y periodistas que influyó en el
resultado de 19 partidos. Pero, sobre los juicios arbitrales que favorecen al
local de la Copa del Mundo, el periodista Rodri Urrego nos recuerda el gol
fantasma pitado a favor de Geoff Hurst en Inglaterra 66’, cuando en el minuto
101 pateara al larguero de los alemanes y la pelota rebotara en el suelo sin
atravesar la línea. Miremos el cuadro: un tal Dienst, árbitro suizo, convalida el
gol de pica barra inexistente tras discutir con el juez de línea azerí (o sea
de Azerbaiyán) Tofik Bakhramov. Atención, pues con este argumento manipulan los
partidos a través del VAR: la suposición de que el juicio de otra autoridad
técnica, cuya perspectiva de observación es privilegiada, siempre será verdadero;
en el caso del VAR, la presunción de infalibilidad de la tecnología es un
argumento a su favor que parece irrefutable. Pero volvamos al 66’, mundial en
el que “papá Pelé” -como le dice Kylian Mbappé-, salió de la cancha convaleciente
por dos leñazos con los que el luso Morais lo consintiera en la misma gamba; doble
patada de la que intentara vengarse con un codazo cuando ya no estaba en juego
la pelota de franjas. Tras las golpizas que le dieran búlgaros y portugueses en
Inglaterra (el técnico Vicente Feola decide protegerlo de su lesión y los
húngaros no tienen chance de molerlo a palos), Pelé renuncia al ‘Scratch de Oro’.
Abdicación que, para la alegría del universo, fue pasajera y regresaría por
televisión a color en aquel México 70’ para coronarse Rey del fútbol en el
Estadio Azteca, como primer bailarín de la comparsa tricampeona y ganadora
absoluta del trofeo Jules Rimet (que sería robado y fundido en Río de Janeiro
en 1983). Papá Pelé es la profecía cumplida tras el apocalipsis que vivieran
los brasileros en 1950 al perder con Uruguay en el célebre “Maracanazo”; el garotinho
que al ver a su padre llorar le promete que ganará el trofeo y lo levanta tres
veces hasta llevarlo a su casa. La renuncia de Pelé a la verdeamarelha
fue pasajera, como luego lo fueran a la albiceleste las renuncias de Maradona
(1990) y de Lio Messi (2016), pues la historia se repite, primero como tragedia
y luego como comedia; por eso no es lineal sino cíclica, helicoidal, como
sugerían los filósofos Heráclito y Nietzsche. Por eso en el torneo del 66’ (en
cuyas vísperas también fuera robado el trofeo Jules Rimet, pero pronto
recuperado por el popular perro Pickles) Alemania no podía ser bicampeona en y
contra Inglaterra, tras veinte años del fin de la Segunda Guerra Mundial, en plena
Guerra Fría y ante su majestad Elizabeth II. El juez suizo debía aceptar la
decisión del linier Bakhramov, quien por señalar el gol de pica barra y robar a
los alemanes se convertiría en héroe tanto en Inglaterra como en Azerbaiyán,
entonces república socialista soviética, donde llamaron a un estadio con su
nombre y le edificaron una estatua de cuerpo completo. El memorándum dice que, al
ser recordado, no se olvide que la primera estatua en homenaje a un árbitro
conmemora un robo: el de los ingleses a los alemanes en Albión. A unos
enorgullece lo que a otros avergüenza.


Edson Arantes do Nascimento ‘Pelé’

 

Sin embargo,
parece que el mundial que más pesa en la consciencia de la barra futbolera es Argentina
78’, pues da grima recordar un torneo organizado por la dictadura militar para
sostener el discurso de grandeza de la patria sobre los cadáveres de los
desaparecidos. “Tengo los muertos todos aquí/ ¿quién quiere que se los
muestre?… Elija usted en cuál de estas muertes se puso a llorar…”

cantaba Charly García en “El Show de los muertos” en 1974. La peña tampoco
olvida “La mermelada peruana”, o sea cuando la selección del Perú accediera a
ser goleada por seis en el estadio Gigante de Arroyito, con la consecuente
eliminación de Polonia y el paso de Argentina a la final y Brasil a la disputa
por el tercer puesto. Pero somos seres de contradicciones y a esa misma barra se
le eriza la piel cuando recuerda a Mario Alberto Kempes marcar goles bajo una
lluvia de papelitos plateados y un canto en la radio: -Mirada al frente,
pelo al viento, festeja Kempes su gol a La Naranja Mecánica como los
Libertadores de América (…) ¡brazos en alto celebra El Matador! (…) ¡como un
San Martín, un O’Higgins, Bolívar, Artigas victorioso en el Río de la Plata!
 


Viñeta de El Eternauta, de Héctor Germán Oesterheld

 

Narración y
simulacro: triunfo de la imagen moderna

 

Honorio
Bustos Domecq (nombre con el que firman los relatos escritos a dos manos Adolfo
Bioy Casares y Jorge Luis Borges) escribió un cuento sobre un personaje que,
mientras caminaba por el barrio Núñez, advierte que en la Avenida Figueroa
Alcorta ya no está el Monumental de River Plate. Asombrado, el personaje busca
respuesta en un directivo de fútbol que le confiesa que desde hace años el
balompié no se juega en las canchas, sino que es un simulacro que se narra y actúa.
El Monumental también resulta altamente literario durante la primera batalla
que libra el ejército de la resistencia de la humanidad con los seres que
invaden la tierra en las viñetas de El Eternauta, cómic de culto que fuera censurado
en Argentina e Italia y cuyo autor, Héctor Germán Oesterheld, fue desaparecido durante
la dictadura militar. Estas son solo dos metáforas que nos ha regalado la
literatura latinoamericana, desde hace más de cincuenta años, en las que el
fútbol tiene que ver con los simulacros y los discursos de poder. Y es que el
juego de pelota tiene mucho que ver con el simulacro en sí: la finta y la
gambeta tienen todo que ver con el arte del engaño. Si esto ya lo sabían los
poderosos de los pueblos precolombinos de Mesoamérica, así como los artesanos
di
Firenze, quienes practicaban sus juegos de pelota en los días sagrados,
era improbable que su poder simbólico no fuera usado por intereses e ingenios modernos,
como el de la International Board, institución que controla de forma
independiente las reglas del fútbol desde 1886. Por eso un amigo respondió “1930”
a la pregunta de qué mundial nos hizo dar cuenta de que la FIFA mancha la pelota,
o sea desde el origen: tras las medallas de oro que ganara la República
Oriental del Uruguay en el 24 y el 28, cuando todavía reconocía al vencedor de
los Juegos Olímpicos como campeón mundial porque se jugaba con sus reglas;
pero las diferencias con el COI sobre la profesionalización del deporte la
llevaron a crear su propio torneo, con el popular trofeo Jules Rimet.
 

Pero
primero fue ella, después el fútbol. La pelota es además un ideal platónico: la
figura perfectamente simétrica. ¿Qué juguete es más universal y planetario? Los
humanos jugábamos a chutar piedras, semillas, frutos, huesos, vejigas rellenas;
pero con la imagen en la mente de la esfera ideal como objetivo. De los clubes
ingleses surgieron las reglas de juego en el Siglo XIX y las exportaron como un
producto avanzado de la modernidad, un juego de gentleman; pacto entre
caballeros para civilizar las brutales partidas callejeras que alarmaban a la
sociedad. Los padres jesuitas trajeron las reglas y la pelota a sus colegios con
ese espíritu sportivo, ultramoderno; por eso los estudiantes que formaron parte
del decano de Colombia, el Deportivo Independiente Medellín, jugaban en la
cancha de Miraflores del barrio Buenos Aires un fútbol hablado en inglés. Mi
abuelo Silvio Robledo, futbolista del DIM en 1928, evocaba la “época gloriosa” del
amateurismo en la que tenían valores olímpicos y “sí eran hombres”, pues no sobreactuaban
las faltas para inducir fabol, ya que el fobal no los inspiraba por
dinero sino por sport. Pero antes del deporte estuvo el caos, la discordia, el
desenfreno. Ella, juguete indomable, anárquico, nos une en el partido de fútbol
gracias a las reglas (que protege la International Board) y hacen de él
un espectáculo en el que están en equilibrio lo apolíneo y lo dionisíaco. Las
reglas someten la violencia del jugador y de su equipo a un acuerdo con el otro
que favorece la igualdad y la libertad en el espacio competitivo, lúdico,
estético y cuasi sagrado de la cancha. Gracias a ese pacto deportivo ha sido
posible el juego de partidos de fútbol entre bandos opuestos de soldados durante
guerras mundiales, de guerrillas en el monte o de pandillas en los barrios. El fútbol
es civilizador pues porta estos valores, que son modernos; aunque a nivel
profesional se diferencien de los valores olímpicos, como explica Tomás Bolaño,
mi padre, doctor en historia del deporte y del olimpismo: “La FIFA no propone
la práctica del deporte en búsqueda de la nobleza del cuerpo y del espíritu. Refrendar
la excelencia, el respeto y la amistad no es el objetivo de los futbolistas,
sino el dinero”. En otras palabras, que el fútbol profesional impone los
valores del liberalismo económico y del capitalismo; lo que para otros sólo significa
neoliberalismo, según el lado de la calle por el que transitan. Lo evidente es
que las jóvenes promesas responden que su meta es “darle una casa a la cucha”
antes que el oro olímpico, que la gloria inmortal. La casa familiar es el
objetivo del joven futbolista que quiere ser profesional y esto no sólo es
legítimo, sino además una forma de heroísmo contemporáneo.

 

DIM de 1928. Mi abuelo Silvio Robledo es el tercero de izquierda a derecha


 

Sócrates
y la resistencia

 

Si libertad
e igualdad son valores que unen a través del fútbol es porque sí existen
diferencias fundamentales, como la falta de respeto a los derechos humanos de
las mujeres y de los trabajadores inmigrantes en Catar, que los medios de
comunicación de Occidente documentaron a causa de la Copa del Mundo. La
pregunta de cómo tramitamos la diferencia no es sólo retórica, pues también hay
quienes se resisten a que el deporte sea instrumentalizado y les gustaría que
fuera un espacio aséptico de religiones, problemas sociales, carnavales; hay quienes
trabajan por un fútbol sin mugre, sin potrero, sin barras, sin folclore y para
que cada día se asemeje a un teatro exclusivo para corbatas. Pero la pelota es
universal y todos podemos narrarnos a través de ella, aunque creamos que no
sabemos nada de fútbol o tengamos diferencias irreconciliables. El doctor
Sócrates, héroe de la democracia corinthiana, salía a la cancha a jugar
por Brasil con retazos de medias de sus compañeros en la cabeza, como vinchas
en las que escribía frases como: “No a la violencia”, “Reagan asesino”, “Sí al
amor, no al terror”, “México sigue en pie”. Luego la FIFA prohibió a los
jugadores hasta sacarse la camiseta y la vincha de Sócrates quedó en manos de la
resistencia.

En
Rusia 2018, por ejemplo, fue arrestada la banda de punk Pussy Riot, tras
invadir la cancha en la final entre Francia y Croacia para manifestarse contra
el gobierno del genocida Vladimir Putin: libertad para los presos políticos,
así como libertad de expresión y de género, era lo que exigían las artistas
rusas. En 1978 fueron periodistas holandeses, suecos, ingleses y belgas quienes
informaron por primera vez, durante el mundial, el caso de las Madres de Plaza
de Mayo, quienes aún reclaman por los hijos y nietos desaparecidos durante la
dictadura militar argentina. Voces contrarias mostraron cómo Brasil separó en
2014 a sus favelas del mundo FIFA: como si formaran parte de una casta que debe
ser invisible a los ojos; barrios de los que surgen jugadores de exportación
para casi todas las ligas y cuyos garotinhos son los preferidos por el
club más poderoso: el Real Madrid (del empresario Florentino Pérez). De la
misma manera, las ONG’S que denunciaron el sistema de contratación kafala,
popular en el Golfo Pérsico y cercano a la esclavitud, lo hicieron tras la adjudicación
de la sede de Catar 22’; pero sus reclamos obligaron a que la OIT se
comprometiera con el gobierno catarí en una agenda para mejorar las condiciones
de los obreros. Parece que tenemos tan arraigado el ideal de que sólo
comerciamos con quienes compartimos valores que nos parece obvio exigirle
cambios al otro como condición para hacer negocios, lo cual es una consecuencia
y antigua virtud del comercio, desde antes de la Grecia clásica, como nos enseña
el filósofo Antonio Escohotado. Por otro lado, el periodismo y el activismo son
parte del efecto civilizador del fútbol, pues entran en el paquete completo de
la narrativa de Occidente.

 

El doctor Sócrates

 


Pero
la pelota no se mancha

 

Ahora,
si la experiencia nos demuestra que la localía se adquiere a través de
corruptelas, que el espectáculo maquilla la represión de los gobiernos y
favorece a los poderosos, tanto que es posible manipular los resultados,
incluso con el VAR, no sobra que nos preguntemos por qué nos entusiasma la Copa
del Mundo. Si se trata de un simulacro en el que la geopolítica a menudo
triunfa sobre los sueños de los pibes, mientras los corrompe, ¿a qué nos
aferramos cuando la competición nos emociona? No quise plantear este diálogo a
mis amigos por ser condescendientes con el boicot y sentirnos virtuosos sólo
por indignarnos, pues no nos preocupa lo que pasa alrededor del fútbol por sostener
una pose de superioridad moral sino por la querencia. Nosotros somos de la
escuela de Javier Marías y sabemos que el fútbol es la recuperación semanal de
la infancia. Hablamos desde la resistencia del juego y de la imaginación pues,
más allá de los nacionalismos que detona, el mundial nos entusiasma porque nos
une a la querencia. A esa jurisdicción del sentimiento se refería El Diego la
tarde de su despedida en La Bombonera cuando, entre lágrimas, le explicó a su pueblo
de Boca Juniors que él también era humano y se había equivocado: “Pero la
pelota no se mancha”. A eso apuntaba el profesor Gustavo Alfaro al responder
que había convocado a Catar a un muchacho que jugaba en la segunda división de
un club de Ecuador porque pensaba en el niño que él había sido, el que sentía
ansiedad por ver los partidos del domingo mientras soñaba con una quimera:
jugar en la selección de su país. Ese niño, decía el profe Alfaro: “va a estar
al lado mío en la Copa del Mundo”. Existe además un tiempo del fútbol con el
que nos referenciamos, que nos recuerda lo que sentimos y las personas con las
que compartimos los mundiales pasados. Se trata de un tiempo que nos pone en un
estado, como cuando nos resfriamos y volvemos a ser aquel nosotros, pero con
gripa, que de vez en cuando viene a visitarnos. El mundial propone una
experiencia religiosa pues, más allá de los sentimientos patrióticos, nos une en
la mirada hacia el juego que tuvimos en el patio, la calle, la placa de la
parroquia o el potrero en el que aprendimos cuál era nuestro lugar ante la pecosa
y, aunque fuéramos de tapia, pudimos jugar a ser, por unos instantes, el
Burrito Ortega, Riquelme, Iniesta, JuanFer Quintero. Y esta certeza la usan con
brillantez los publicistas de la FIFA: “El fútbol une al mundo”, decía Lionel
Messi en el comercial de Catar 2022.


James Rodríguez y JuanFer Quintero, estrellas de la Pony Fútbol con Envigado

  

La
milonga de Cavani y el VAR

 

¿Y el
Boicot? Un par de artistas se negaron a cantar en la inauguración de Catar 22’.
En cambio, por las tribunas desfiló la sensual modelo croata Ivana Knöll, como una
tradicional “Novia de los mundiales”. Pero esta erótica manera de alentar fue ahora
más provocadora y, ante la diva ajedrezada, los cataríes pasaron del asombro a su
expulsión. El cuerpo de la mujer es cancelado por la ley sharía. Por su parte, la
organización sorprendió al poner en escena al actor Morgan Freeman, célebre protagonista
del documental “La historia de Dios”, para dar el discurso de inauguración ante
el joven catarí Ghanim Al Muftah, quien padece un síndrome y no tiene piernas. Así
fue como, en una inmensa carpa en medio del desierto, el estelar Morgan Freeman
se inclinó ante un joven influencer y prenunció las siguientes palabras
(voz de Morgan Freeman): “Lo que nos une es más grande de lo que nos divide.
Somos una gran tribu y La Tierra es nuestra tienda…” De las candilejas de
Hollywood emanaba, como en Las Mil y Una Noches, un genio mágico para
concederle el deseo ancestral de la unión de los pueblos a un zagal
desfavorecido por la naturaleza. Catar 2022 comenzaba con este tout petit
chantaje emocional, para empatar a la narrativa de ser “El mundial de la
Vergüenza”.

Los futbolistas
alemanes se pusieron la mano en la boca para una foto porque la FIFA no los
dejó jugar con un brazalete con el lema “OneLove”; por su parte, los
italianos fueron más allá con el boicot y no se clasificaron, como tampoco lo
hicieran para Rusia. En cambio, el italiano que ingresara a la cancha en Brasil
2014 para protestar contra el gobierno invadió esta vez el terreno con la
bandera arcoíris para manifestarse por la discriminación en el emirato. Catar boicoteó
a su vez a la multinacional Budweiser al prohibir el consumo de cerveza,
incluso en la zona FIFA, a dos días del inicio del torneo, en contra del acuerdo
con su patrocinador oficial y como prueba del poder de la ley sharía. La ley
seca produjo que las barras ecuatorianas cambiaran su ancestral cántico “¡Sí se
puede!” por el sombrío “¡Queremos cerveza!”. Pero la protesta romántica fue protagonizada
por el delantero charrúa Edinson Cavani, quien al final del partido contra
Ghana le diera un piñazo al monitor del VAR, mientras su compañero Luis Suárez debía
ser conducido al camerino pues no podía contenerse a causa del llanto. El
símbolo de un uruguayo humilde, que tiene la garra para darle un puñetazo al
VAR, es el del humano contra la máquina, la vieja escuela de la resistencia a
la tiranía de la tecnocracia. Cavani no golpea al árbitro ni a sus rivales ni a
los periodistas sino a la pantalla a través de la que nos controlan (a esta
pantalla), lo cual es un gesto soberbio, pero demasiado humano. Cavani rompe la
quinta pared y pega al Gran Hermano, rebelde ante un poder que, según la
mitología de los orientales, conspira para evitar su retorno a la gloria pues a
la economía no le interesa que su pequeño país vuelva a ser campeón. El hecho
es que la FIFA presentó a la selección uruguaya en el Museo de Catar 22´ como
tetracampeona, tres décadas después de que empezaran a usar las cuatro
estrellas en La Celeste y a dos años de la conmemoración del centenario de los
Juegos Olímpicos en París. La milonga de los campeones oprimidos de la
República Oriental es una evidencia más de que el fútbol es una era imaginaria.

 

Edinson Cavani y la banda Celeste

 

Puede
ser hoy, Abu…

 

El fútbol es una era imaginaria en la que millones
de niños creen que ser campeones del mundo es el mayor logro que puede alcanzar
una persona. Desde una perspectiva foucaultiana, éste es un proyecto de
dominación de la mente y del cuerpo que te programa para que en la adultez
consumas ciertos productos y reproduzcas conductas de sometimiento hacia los
poderes fácticos. Si a esta crítica del poder sumamos la frase de cajón con la que
los intelectuales latinoamericanos han despreciado por décadas al balompié, a
saber: que la humanidad demuestra su estupidez cuando se detiene a ver 22 adultos
perseguir una pelota, podríamos concluir que no se trata de una era propicia
para la educación, el arte o la ciencia. El escritor Alejandro Dolina refuta con
brillantez esta falacia al argumentar que, con esa misma lógica, podemos decir del
Quijote sólo son dos mil páginas con garabatos negros. El balompié es tan
complejo y estimulante que no sólo desarrolla el cuerpo y la mente, sino que
también genera economía, tecnología, medicina, arquitectura y arte. Es
necesario sostener la perspectiva crítica de Foucault para defendernos del
poder opresor, pero es menester recordar que el Homo Sapiens es, ante todo, Homo
Ludens, como nos enseñara Johan Huizinga: pues a través del juego conocemos y
construimos nuestra imagen del mundo y, por lo tanto, la experiencia lúdica
forma parte de nuestros procesos de aprendizaje, como un escenario del
conocimiento que no termina después de la infancia. Luego, que la humanidad se
detenga para ver un partido y no porque haya estallado otra guerra, una revolución
o algún megalómano se haya declarado dictador, no solo es un triunfo del
comercio y de la industria del espectáculo sino sobre todo del ocio, la
recreación y el deporte. Las eras imaginarias se realizan en rituales que
tienen el poder de sintetizar su visión del mundo, como la misa y la Navidad
para los católicos. Si ser campeón es el sueño de millones de niños, pero
además se realiza en un acto, en un escenario sublime y a través de un ritual transmitido
en directo, de manera que millones de personas experimentan la catarsis a la
vez, es evidente que el interés que genera puede ser criticado por muchas
razones excepto por superficial. ¿Cómo no nos va a ilusionar -respondió a la
pregunta inicial el historiador José Manuel González- si ahora hay dos niños
que juegan en mi calle y uno de ellos se pidió ser Lionel Messi? El fútbol se
salva a sí mismo cuando un niño juega a la pelota, pero las eras imaginarias se
realizan a través de relatos que cumplen los anhelos colectivos. Por ejemplo, la
historia de un pequeño que no podía crecer, pero tenía a su familia, genio, disciplina
y el cariño de millones de chicos que querían que él fuera el mejor futbolista
de la historia. Canta, Calíope, musa del dulce labio, la gesta del pibe que,
tras décadas de triunfos y frustraciones, antes del penal que pateara Montiel a
los franceses miró a lo alto y dijo: “Puede ser hoy, abu…”

 

 

Por @LaScaloneta

La coronación de Messi

 

-Iban a coronar a alguien, esa fue la narrativa
desde que apareció Morgan Freeman- me escribió el publicista Federico Giraldo
cuando el emir Sheik Tamim bin Hamad Al Thani puso en los hombros de Messi una
capa negra con encajes dorados, en un ritual inédito, antes de que alzara la
copa (Bisht es el nombre de esta delicadísima capa, destinada a la
realeza catarí). A su lado Gianni Infantino, el suizo italiano presidente de la
multinacional FIFA, asistió a la coronación de Lionel Andrés Messi Cuccittini
como garante de Occidente. Entonces, entre el emir y el presidente, La Pulga vivió
su asunción, experimentó la apoteosis y alcanzó la trascendencia. El triunfo de
la Argentina fue también el de la narrativa de su hinchada, quien impuso al
mundo su folclore como paradigma. A 36 años del triunfo del equipo del doctor
Bilardo en el Estadio Azteca, los gauchos saturaron los medios de comunicación
con producciones como el cántico “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar…” o
la publicidad de “Coincidencias”, donde los hinchas hallan similitudes entre
Catar 22’ y México 86’ (lo que en su mitología llaman dizque cábalas), al ritmo
de la canción “Hablando a tu corazón” de Charly García. El papa Francisco, socio
de San Lorenzo desde pibe, guardó respetuoso silencio para anular la mufa. Tras
cuatro frustraciones (Alemania, Sudáfrica, Brasil y Rusia) y con 35 años, las
musas fueron favorables en la redacción de la gesta mundialista de La Pulga,
que comenzara con una derrota ante Arabia Saudita. Pero La Scaloneta contaba
con la querencia de un plantel joven que no iba a permitirse dejar pasar la
oportunidad de ser campeones junto a su máximo ídolo de infancia. Scaloni
presentó un equipo impredecible en su orden táctico, pues variaba de acuerdo
con la situación, pero fiel a una fórmula en apariencia sencilla: tener a 10 atletas
que siempre ataquen la pelota y la pongan de inmediato en circulación. Entonces,
de repente, aparecía Lionel Messi, quien frente a México nos recordó a La Pulga
que jugaba en el Bar
ça con Ronaldinho; ante Polonia quebró la cintura como el Burrito Ortega y
contra Australia emuló a su ídolo, Pablo Aimar, quien desde el banco disfrutó de
su recital de pases. Frente a Países Bajos, tras la milagrosa asistencia en la que
cuela la pelota entre seis rivales, Leo mostró una faceta inusitada: al final
del encuentro le hizo el gesto de “Topo Gigio”, que popularizara Juan Román
Riquelme, a la banca de los neerlandeses, para rechazar las declaraciones que
el seleccionador Louis Van Gaal había dado sobre la Selección Argentina.
Instantes después interrumpió una entrevista para lanzar el insulto infantil: “¿qué
mirás, bobo? Andá pashá, bobo…” al ingenuo de Weghorst, quien fuera despreciado
por querer acercarse a Lio en medio de una calentura que nos mostró su rostro
más maradoniano posible, ya que el Diego usaba insultos menos santos. Argentina
pasó a la final tras derrotar a la Croacia del lírico Luka Modric con una
jugada en la que el 10 le baila un tango al joven Guardiol para asistir a
Julián Álvarez, un campeón con pinta de héroe griego, nombre paisa y acné
juvenil. Ante los franceses, el Dibu Martínez tapó un remate a Garang Kuol que
no sólo salvó el campeonato, sino que produjo algo que no se veía desde la
década de Goycochea, Higuita y Chilavert: que cientos de pibes pidan a sus
padres que le regalen el uniforme de arquero, en un país donde, si abres la
tierra, surge un volante 10 que pisa la pelota y tuerce la mano como si fuera a
pintar al óleo. “Argentina campeona del mundo en la final más bella de todos
los tiempos. Messi, el pie de Dios”, tituló La Gazzetta dello Sport: “La
novela de La Pulga en El Olimpo”, “Quien ama a Leo ama al fútbol”, “As de Di
María, obra maestra de Scaloni”, elogiaban los italianos. “Pero el futuro es
del Rey triste”, añadían, en alusión al astro francés Kilyan Mbappé, autor de
tres goles en la final y quien, a sus 24 años, puede romper las cifras de Edson
Arantes do Nascimento. Catar 22´ también será recordado por dos acontecimientos
fatídicos, pues quiso el destino que durante el torneo se conmemoraran dos años
de la partida de Maradona y asistiéramos a la agonía de Pelé. Con la coronación
de Messi, cuya historia ha sido incorporada al santoral del patio, el panteón
olímpico y los relatos de Las Mil y Una Noches, hemos asistido a un cambio de
época, que es la de Kylian Mbappé. Y la pelota sigue en juego.

  

A mis amigos

Silvio Bolaño Robledo

Terminado en Carlos E. Restrepo, 1 de abril de 2023

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