Gracias a la generosidad de un político
en campaña que le concedió
una beca, Aquiles
Copete Copete saltó directo de las selvas chocoanas a
la Universidad Católica de la Montaña, una de las más elitistas de la ciudad.

Copete
era una mezcla de inocencia, bondad, ignorancia y obediencia: todas ellas
cualidades muy escasas en nuestra
querida universidad, donde la mayoría éramos hijos de papi y mami que habíamos aprendido a dar órdenes antes de dar
nuestros primeros pasos, recorrimos el mundo mucho antes de conocer
las calles de nuestro barrio y hablábamos inglés antes de aprender
a decir mamá.

Desde los primeros días, Copete se convirtió en el tema preferido en las tertulias
de la facultad de «Cafetería y letras», como la llamábamos cariñosamente, pues pasábamos
más tiempo en la cafetería
que en el aula de clases,
disfrutando del arte de la conversación al calor del café y el cigarrillo. La
filosofía de Descartes, Kant o
Spinoza fueron desplazadas por la cadencia y la particular forma de hablar de
Copete. La literatura de García
Márquez parecía descolorida al compararla con la piel negra de Copete, con su mirada trasparente, con sus dientes fluorescentes y su ropa multicolor. El carro último modelo, la colección de tal o cual diseñador o la disco de
moda perdieron importancia al lado de los disparates de Copete en clase o sus ingenuos
coqueteos con las chicas más cotizadas
de la universidad.

En clase, Copete discutía conceptos filosóficos con argumentos basados en ejemplos
y dichos populares
de su tierra: «Ay vea ve, ese señó Dejcarte
está ma desorientao que Adán en el día de la madre, cómo me va a decí a mí que uno piensa y
depué ejsite, eso no puede sé, uno primero tiene que ejsití pa’ depué pensá, o me va a decí que uté
primero se come el pejcao y depué lo pejca, no señó». A pesar de la libertad conquistada por sus ancestros
negros, ciento cincuenta años atrás, Copete conservaba intacta la obediencia. «Voy a revisar la tarea»,
decía muy serio el profe Jeremías y pasaba de puesto en puesto revisando
que los libros
y las fotocopias estuvieran bien rayados porque,
según él, libro sin rayar era libro
sin leer. Su entusiasmo para dar la clase era proporcional a los subrayados
y a las anotaciones en las márgenes.
Copete no comprendía muy bien la manía del profe Jeremías
por los libros
rayados, pero seguía
al pie de la letra su mandato.
Compró resaltadores de todos los colores para hacer muy bien «la tarea», y con lapicero
de tinta roja fue adornando con todo detalle las márgenes de la edición
de lujo de El Quijote
que le prestaron en la biblioteca de la universidad, con anotaciones como:
«¡Ay Dio mío!, eje señó etá más chiflao
que el abuelo mío, cómo se va poné a peliá con uno molino, lo van a molé», o:
«si yo fuera gobernador de una ínsula
lej daría pejcao a todos y becaj pa’ estudiar en la universidá, pero ejte señó Sancho
no hace sino hablar», y muchas otras por
el estilo.

Una tarde, el profe Jeremías llegó a la clase echando
chispas. No dijo buenas tardes
ni revisó la tarea. Descargó su libro sobre el escritorio,
en silencio nos miró uno a uno y detuvo su mirada un instante en Copete: «Muchachos, yo les he dicho que rayen
los libros porque quiero ver si los están leyendo, si los están estudiando, pero ojo: las fotocopias
o los libros de ustedes. ¡No los de la biblioteca! –Aunque el profe Jeremías no dijo nombres,
ya todos sabíamos
lo que estaba pasando. Hubo un murmullo
general en el grupo, risas, codazos, miradas
acusadoras. La piel negra de Copete tomó un tono rojizo y por su frente empezaron a rodar gotas
de sudor. El profe continuó–: Ahí fue la culibajita esa de la biblioteca a buscarme a la oficina y me pegó tremendo regaño,
como si yo fuera un muchachito. Que un personaje, que no voy a decir quién fue, pero que lo estoy
mirando –detuvo su mirada en Copete– le devolvió una edición de lujo del Quijote
vuelta mierda, con rayas hasta en las rayas. Y ni siquiera
lo rayó con lápiz,
no señores: con tinta roja. Escribió
otra novela el muy descarado y fue y le dijo a la culibajita que los rayones
eran una tarea
que yo les había puesto. Y adivinen a quién
le toca pagar el hijueputa libro».

Las
risitas dispersas se convirtieron en una carcajada general, en la que no
participaron Copete ni el profe
Jeremías. Ese día no hubo clase del Quijote porque el profe se fue a pasar la
rabia a otro lado. A la semana
siguiente el profe llegó más calmado, con los dos tomos del clásico cervantino
fotocopiados y encuadernados para
regalárselos a Copete, pero él no regresó a las clases del Quijote después de
la vergüenza que había pasado. Sin
embargo, continuó en la facultad, dando mucho de qué hablar, mucho de qué
reírnos y también mucho de qué enternecernos, pues era dulce e
ingenuo como un niño.

Un día, al regreso
de las vacaciones, Copete nos mostró con orgullo un recorte de prensa de un pequeño
periódico de su región, donde hablaban de él con gran fervor,
elevándolo a la categoría de héroe y ejemplo a seguir. Pudimos imaginar a nuestro compañero
caminando por las callecitas de tierra de su pueblo,
con la cabeza muy en alto, mientras sus paisanos se detienen a saludarlo llenos de admiración y los niños lo miran con la boca abierta.
Por un instante comprendimos su hazaña y lo miramos
con respeto. Faltaba
un año para graduarnos cuando la decana llegó con la noticia: el consejo
académico había aprobado
que, como requisito
de graduación, los estudiantes de Filosofía y Letras no realizaríamos una tesis
o una monografía, sino una novela.

Una
vez a la semana leíamos en grupo los avances de nuestras novelas. Como si fuera
el motorista de una lancha de esas que navegan por el río Atrato, Copete
le empezó a meter
gente por montones
a su novela sin calcular las dimensiones de su creación. En cada
capítulo embarcaba mínimo diez personajes nuevos y, con su habitual cortesía, a todos les regalaba un nombre, un rostro, una voz y los ponía a actuar.
En el tercer capítulo ya todos estábamos mareados y desorientados en medio de la multitud
de personajes de la novela de Copete: no sabíamos
quién era quién, qué estaba pasando, y las voces formaban una algarabía
incomprensible.

Faltaba
casi un mes para graduarnos y la tensión empezó a aumentar. «¿Qué va a hacer
Copete con ese gentío
que metió en su novela?». No se hablaba
de otra cosa en la cafetería. Algunos
opinaban que el pobre
Copete no se iba a poder graduar porque se iba a demorar por lo menos cinco
años más para desenredar el lío que
había armado. Otros hacían chistes al respecto: «¡Ese metro venía más lleno de gente que la novela de Copete!». Ninguno
se aventuró a construir un final. Sin embargo, Copete se veía relajado y muy seguro de sí mismo, tanto
que hasta la penúltima clase seguía metiendo gente en su desbordado microcosmos.

A la última clase
no faltó nadie. Copete
logró generar en la audiencia una expectativa que envidiaría cualquier político. Él no sabía de estructuras literarias ni de finales abiertos, mucho menos de matemáticas o de física o de razonamiento espacial,
pero sí sabía de tragedias y de hechos extraordinarios. Así que reunió a todos sus personajes en la difusa
plaza del caótico pueblo que se había inventado. Con la única justificación de un paseo de olla
salido de la nada, los montó a
todos en un bus de dimensiones incomprensibles y en medio de la carretera
los empujó hacia el abismo.

Después
de haber llegado hasta ese punto, en la Universidad nadie se atrevió a negarle
a Copete el derecho a recibir su diploma de Licenciado en Filosofía y Letras. No volvimos
a saber nada de él. Quizá regresó
a su pueblo y fue recibido con honores. A lo mejor siga escribiendo novelas. Lo cierto es que
entre todas las obras y autores que leímos y estudiamos durante cinco años de carrera, hay una que no olvidaremos jamás: la novela
de Aquiles Copete Copete.



María Teresa Agudelo

Cuento de: CATÁLOGO DE HOMBRES, fondo editorial EIA. Próximamente saldrá la segunda edición.

SUSCRÍBETE AL CANAL DE YOUTUBE DE NUESTRA CASA DE LETRAS Y ACTIVA LA CAMPANITA 🔔

Conoce nuestros programas 🎥

DISCUSIONES PENDIENTES



REACCIONA AL ARTE



TALLER DEL 🦊 


PELEA CON JESÚS



Lee #laemboscadura2023

CONSIDERACIONES SOBRE PÍNDARO – por Silvio Bolaño

POR AMOR Y POR DINERO, LA PELOTA SIGUE EN JUEGO – por Silvio Bolaño

CÓMO SOBREVIVIR A LA PRESENCIA DE UN GRILLO GIGANTE EN LA HABITACIÓN – por Silvio Bolaño

GUAYO [Küayoi]. PIE DE MAÍZ DULCE – ¿POR QUÉ EN COLOMBIA LLAMAMOS GUAYOS A LOS BOTINES DE FÚTBOL – Por Silvio Bolaño 

EN DEFENSA DEL PORNO – Por Gustavo Carvajal

¿SU VIDA, TU DECISIÓN? REFLEXIONES EN TORNO A LA LEGITIMIDAD DEL ABORTO – Por Juan Serrano

ROLES DE GÉNERO: NATURALEZA O CULTURA. Por Camille Paglia. Traducción de Gustavo Carvajal

5 TEXTOS LITERARIOS DE RICHARD FEYNMAN -traducción del inglés de Juan Diego Serrano

COMO UN LUGAR COMÚN – muertes de G. Jaramillo Rojas

EN DEFENSA DE LA BELLEZA Y LA FEALDAD – dos crónicas sobre la decadencia posmoderna de nuestra pobre humanidad agobiada y doliente – por Gustavo Carvajal

LOS RESTOS MORTALES DE PINK FLOYD – por Juan Serrano

SEAN BIENVENIDOS A LA FUNCIÓN – poemas de Juan Henríquez Barrera (segunda entrega)

EL CURSO DE TÉCNICA HILARANTE – cuento de José Andrés Gómez


ATENCIÓN 🚨
LA EMBOSCADURA SE MUEVE 🌿

¿Quieres patrocinar la construcción de la nueva página, el diseño y a los artistas invitados a nuestra Casa de letras? Escríbenos a delasselvas@gmail.com Contribuye con tu donación en el QR



Síguenos en
👇
Instagram


LA EMBOSCADURA
Casa de Letras
Un lugar para encontrarnos
En el claro del Bosque

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *