GUAYO [Küayoi]. Pie de maíz dulce. Los cronistas de indias describieron guerreros altivos, con
pies suaves y de suelas con extremo sabor dulce que los chamanes llamaban [Küayoi], o
guayos, por los guasmos o guásimos que usaban para embellecerse. Pero los
conquistadores pronto pasaron del placer a la envidia por el gusto dulzón que Pacha Mama otorgaba al guerrero en sus pies [Küayoi], como una capa
de dulcísimo almizcle, tras prolongados rituales de ingesta de maíz fermentado
[chicha] con hongos y guasmos o guásimos, ante las inclementes lluvias tropicales y la tutela de un jaguar colocado en ayahuasca. Los españoles,
acostumbrados al sabor lácteo de la suela fermentada con boñigas de vacas gallegas y
vascongadas, obligaron por la cruz y la espada a los nativos a usar botas de
cuero, las cuales comenzaron a fabricar en la villa que bautizaron San José de
Guasimales, como cruel deformación del vocablo [Küayoi] unido a la palabra
“males”, para burlarse del mal olor adquirido por nuestros ancestros a causa del novedoso calzado. Guasimal es un bosque de Guásimos y el nombre de la finca de doña
Juana Rangel de Cuéllar, quien regaló el terreno para fundar la villa que sería
rebautizada Cúcuta y en cuya región todavía producen zapatos de cuero, sobre los
cuales la oficina de fomento y turismo de Norte de Santander me ha pedido aclarar que sus diseños aerodinámicos ya no
ocasionan mal olor, al que los nativos todavía llaman pecueca. Los colombianos empleamos la palabra guayos para los botines de fútbol por deformación de sentido del término ancestral
 [Küayoi],
pero es el modo cariñoso y agorero que los padres usan para desearle a sus hijos que no les dé
la fatídica pecueca y puedan triunfar en el fútbol europeo. A finales de Siglo
XX aún se conservaba la tradicional devoción a San José de Guasimales, “patrono
de los guayos”, en las escuelas de fútbol de Cúcuta y de Bucaramanga, según informa
el periodista Jesús Gabriel Acosta, lo cual es un ejemplo del sincretismo religioso que produjera el concilio Vaticano II. Sin embargo, debido a la falta de educación, la mayoría de los colombianos ignoran que la palabra guayo es una deformación del término que define la
armonía entre la mirada alucinada del jaguar, la humedad del trópico, los hongos, los
guásimos y la chicha que producía aquel gusto dulce en las suelas de
nuestros ancestros, otrora tan apreciadas por los sibaritas franceses en
sus bacanales orgiásticos y cuyo sabor fuera premiado en la Gran exposición de
Londres de 1851 por el Príncipe Alberto, esposo de la reina Victoria.
 

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