Cuyler Etheredge, The Kiss, 2016

 

Yenny
era una pelada de la calle. Es curioso porque esta mañana precisamente tuve un
sueño con ella, o eso me pareció… Era bonita, pero no súper bonita, o sea no llamaba
la atención particularmente como otras que pasaron por la casa. De todos modos,
de entre todos los que vivíamos allá a mí era la pelada que mejor me caía.
Tenía un chandosito pequeño que la perseguía a todas partes, como un cruce entre
chihuahua y criollito que ella adoraba. Le decíamos “Chente”, por Vicente
Fernández.

 

De
vez en cuando Yenny hacía viajes con Alejo a Bogotá. Dos veces llegó de allá
cascada. Una bien feo, la otra no tanto. Cuando le preguntamos, una vez dijo
que había sido en un pogo con unas punkeras arrabaleras: la otra, dijo que ella
estaba parchada en un parque, dizque por Suba, esperando a que Alejo atendiera
una vuelta, parada cerca de la moto. Entonces un pirobo, así porque sí, de buenas
a primeras, vino y le zampó tres puños en la cara. Así no más, porque le dio la
gana. Estaba borracho el malparido. Lo peor fue que intentó chuzarla para
quitarle la plata, pero ella no se dejó y salió corriendo: horas más tarde se
devolvió a donde estaba la moto.

 

Cuando
ella y Alejo estaban en Medellín, la mayoría de las veces era ella la que
cocinaba el desayuno para todos en la casa. A mí me tocaba lavar la loza… Ya
por las tardes veíamos videos en el Betamax mientras armábamos los baretos para la venta (que había que meter en paquetes de a cinco hasta que se terminara el moño que le
traían a doña Uvaldina de Amagá). Boliábamos parejo, de cinco a seis horas diarias,
excepto los domingos.

 

Yenny
tenía un “taco” con videos de AC/DC, Kiss, The Eagles, Cinderella, Kraken y
otros más. Los conocíamos de memoria. Metallica y Megadeath le fascinaban, también Iron Maiden y Motörhead. Pero los más grandes, “el papá de los
pollitos”, como decía ella, eran Black Sabath. Doña Uvaldina nos gritaba que
esa música era satánica y nosotros: “¡qué va!”, si igual estábamos trabajando, ¿qué
le importaba a ella? Y, al contrario, le subíamos más el volumen hasta que
venía alguna de las peladas y nos desconectaba el televisor. Ahí se armaba ni qué problema. Pero yo no me metía, porque cuando eso no era pelión, como ahora.

 

Siempre
se vestía de negro, la Yenny. Alejo, era el novio o su “pollo”, como ella lo
llamaba, también era rockerito pero estaba menos empeliculado con lo de
vestirse de negro. Él era el dueño de la moto y el que a veces le traía cosas,
como unos Cd’s que se robó de no sé dónde y que no teníamos en dónde escuchar
porque el equipo de sonido de nosotros era qué peye.

 

Los
niños de la casa jugábamos un juego con fósforos, me acuerdo, que era como “la
lleva” pero quemándonos con la candela… Ella y otras peladas jugaban con
nosotros a eso y también a otros juegos: fútbol, “la verdad o se atreve”, también
teníamos por ahí un parqués. Tampoco era que quedara mucho tiempo libre para
chimbiar demasiado. A doña U no le gustaban las mamaderitas de gallo: “¡guachafitas
en esta casa sí no!” repetía, “uno no caga donde come.”

 

Pero,
en serio, Yenny me caía bien. Me dio mucha rabia cuando la vi con la cara
moretiada esa vez. Yo habría matado a ese hijueputa, le dije. La verdad era que
Yenny se veía más linda con los moretones, como más sufrida y triste, y no sé,
hasta más linda. O al menos a mí me lo parecía porque, aunque yo era pequeño, me
entraban muchas ganas de cuidarla. Cuando estaba en la mala o aburrida me
dejaba acostar con ella y con Vicente Fernández, ese verraco que mordía a todo
el mundo menos a ella. Nos arrunchábamos en la cama y ella ponía en la
grabadora un casete que tenía solo con baladas de metal. Había dos canciones de
Black Sabath que no se me pueden olvidar porque las colocábamos una después de
otra sin parar. “Changes”, que le ponía los ojos aguados, y “It´s Alright” que
a mí me ponía la piel arrozuda. “Andá y poné otra vez ‘Changes’” me pedía, y a
lo que me paraba el “Chente” daba un alarido porque lo habíamos desacomodado.

 

Yenny
fue la que me encarretó con Pantera, Metallica, Sepultura, toda esa música
dura. Esa que ahora uso para hacer ejercicio, entrenar… Y, bueno, una mañana resultó
que Yenny no estaba. Ese día le tocaba hacer el desayuno a ella. A los pequeños
nos dejaban dormir hasta tarde. Lo que me levantó fueron los gritos del Alejo:
“¡esta piroba granhijueputa!” y que no sé qué, “me robó la moto, ¡la voy es a
matar a esa malparida!” gritaba, desgañitándose. Todo eso fue por el año 98 o 99.
Aunque yo viví ahí en esa casa por mucho tiempo nunca ninguna de las peladas me
cayó tan bien como Yenny. Aunque el hecho de que abandonara al “Chente” y lo
dejara tirado me pareció muy mal. Pobre perrito, no se hallaba. Yo lo cuidé un
tiempo, pero ese vergajo me mordía a veces cuando le entraban sus rabietas. Cuando
la señora Uvaldina lo echó para la calle nadie en la casa hablaba más de Yenny.

 

Alejo después estuvo encanado un tiempo y decía que tenía otra novia, pero por allá
nunca la trajo. Eso sí, un par de años después me lo pillé una vez en el patio cantando
dizque regetón y pensé: “qué man tan pato”. Alejo le daba un patadón al “Chente”
cada vez que lo veía por la casa. El pobre le tenía pavor al Alejo… Muchas
veces me dieron ganas de darle en la jeta a ese encaramador, dizque pegándole
al perrito; pero por ese entonces yo estaba muy flaco y apenas había empezado a
entrenar en serio. 

 

En
todo caso, gracias parcero por el porro y por la hospitalidad, y perdón por
sentarme en la palabra, pero ahora que colocó ese tema de Iron Maiden en el
computador me acordé de esa pelada Yenny, que hace rato no pensaba en ella, y
que dio la casualidad que se me apareció en un sueño esta mañana. ¿Será que se
murió y se le está apareciendo a las personas que la llegaron a querer? Quién
quita, por que yo también hace mucho que ni pensaba en ella.

 

En el
sueño de esta mañana ella tenía el pelo mono, la nariz filudita y lo ojos cafés.
No era la más bonita, pero si era la mas bacana, la que siempre me trató de
igual, no como las otras que apenas lo determinaban a uno, o que, si no, lo trataban como si
uno fuera el hermanito menor o la sirvienta, ¿sí sabe? Tal vez era porque a mí
me gustaba la música que a ella y a Alejo les gustaba. O que Yenny en el fondo
sabía que yo era como ella, o sea de los que no nos la dejamos montar. La
recuerdo ahora como si la tuviera en frente, con su olor y todo. Siempre con
una faldita negra, la correa de taches y su camisa manga sisa… ¿Qué banda era
la que tenía en esa camiseta que se ponía todos los días? Me acuerdo de ella y
de muchas cosas, pero no me acuerdo de todo.

 

Ey, nea,
en la buena, poné ahí en el Google esa canción de Black Sabath que se llama “It’s
alright”, ahí tiene que estar, o si no “Changes”. Son meros temas…

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